Ayer estuve en la radio "Industria Argentina" Hablando sobre Alejandra Pizarnik, lejos mi poetiza favorita. Les dejo a continuación el ensayo que escribí sobre ella.
Alejandra Pizarnik: Diarios
“Decir que me abandonaste sería muy injusto; pero que me abandonaron, y a
veces me abandonaron terriblemente, es cierto”.
Kafka
A través del recorrido por sus
diarios que fueron publicados en el 2003, intentaré descubrir una faceta de la
poeta, para poder entender mejor sus poemas y su modo de sufrir, que la
persiguió durante toda su vida.
Quiero invitar al lector, que a
través de estas páginas, haga su propio descubrimiento. Claro que yo la estoy
leyendo bajo mi punto de vista y mis circunstancias; cada uno desarrollará una
propia versión de estos diarios. Podrán o no gustarles su trabajo pero para mí
es imprescindible incluirla en estos esbozos de pensamientos puesto que
Pizarnik fue una gran influencia para mí, y lo será siempre.
Nunca morirá mientras la reviva,
ya sea pensando en algún verso que me marcó o deleitándome con el simple placer
de embriaguez y excitación que me produce pronunciar su nombre.
Creo que primero, debería
comenzar relatando un poco de su vida, cómo se desarrolló en los distintos
ámbitos tanto personales, sociales, familiares o en la escritura, para entender
su obra.
Alejandra Pizarnik nació el
veintinueve de abril de 1936, con descendencia ruso-judía, identidad que
defenderán sus padres. En un principio, su nombre fue Flora pero ella decidió
cambiarlo a Alejandra. El apellido original era “Pozharnik”, modificado al
emigrar a la Argentina. Gran parte de la familia paterna y materna, murieron
durante el Holocausto. Esta habrá sido la primera aproximación de muerte para
la pequeña Alejandra.
Luego de terminar la secundaria,
se debate estudiar entre Filosofía en la Facultad de Buenos Aires, y las de la
Escuela de Periodismo.
Enrique Molina escribe: “Ya por
estas fechas, la fascinación de la infancia perdida se convierte en ella, por
una oscura mutación que cambia los signos, en la fascinación de la muerte,
igualmente deslumbrada una y otra, igualmente plenas de vértigo”.
En 1954, ingresó en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero no terminó sus
estudios.
Alejandra tiene dos debilidades
físicas que la atormentan: la tartamudez y el asma. Además de una muy baja
autoestima, comparándose obsesivamente con su hermana Myriam; esto la conduce a
ingerir anfetaminas que le provocan grandes períodos de insomnio que aprovecha
para escribir. En 1956, su padre le paga la publicación de su primer libro “La
última inocencia”, y además costeará los honorarios de un psicoanalista, intentando de este modo que Alejandra pueda
llevar una vida más saludable.
Alejandra se siente
despersonalizada, tanto de la sociedad que le tocó vivir-viviendo como una expatriada- y de su propia persona.
Desde sus primeros poemas podemos observar el desdoblamiento de más de una
Alejandra, que en cada intento solo busca encontrarse a sí misma, acudiendo a
la locura como un concepto de vida y de la percepción de la poesía. Crea, a
través de los desvaríos expatriados y la insania, una poesía tristemente
hermosa y devastadora, donde expresará el sin-sentido de un alma abandonada en
un mundo aún patriarcal y ciegamente desterrado de sí mismo.
Desde 1960 hasta 1964 se mudará
a París; Alejandra recordará aquellos años como los mejores de su vida, su
propia época dorada.
Entre 1960 y 1961, le escribirá
a León Ostrov (quien fue su primer psicoanalista), donde le cuenta:
“[…] He pensado en el análisis. En Buenos Aires lo había descartado de mis
proyectos. Pero aquí me asalta y me invada muchas veces la evidencia de mi
enfermedad, de mi herida. Una noche fue tan fuerte mi temor a
enloquecer, fue tan terrible, que me arrodillé y recé y pedí que no me
exiliaran de este mundo que odio, que no me cegaran a lo que no quiero ver, que
no me lleven a donde siempre quise ir. Pero para
hacerme el psicoanálisis necesito ir a Buenos Aires. Y no sé aún si deseo
volver o no. Creo que mis angustias en París provenían del brusco cambio de
vida: yo, que soy tan posesiva, me veo aquí sin nada: sin una pieza, sin
libros, sin amigos, sin dinero, etc. Mi felicidad más grande es mirar cuadros:
lo he descubierto. Sólo con ellos pierdo la conciencia del tiempo y del espacio
y entro en un estado casi de éxtasis.
[…] Mi único ruego constante es
que no me abandone la fe en algunos valores espirituales (poesía, pintura).
Cuando me deja temporariamente viene la locura, el mundo se vacía y rechina
como una pareja de robots copulando”.
Aunque la poetiza nunca se
desentendió de la soledad y fue ésta la única sombra que jamás la abandonará,
en París se recluye, ensimismada en sus propios escritos, estando sin realmente
estar, dejando que la vida hable por sí misma. Se presentan en grandes dosis el
miedo, el vacío, la soledad y la imagen de “una infancia más cercana, sin
amenazas”, realizándose pura e inocentemente.
26 de mayo de 1962: “El miedo
feroz. La sonrisa de alguien que me mira con afecto, alguien que se preocupa
por mi miedo. Entonces, sentirme pura, inocente. La infancia más cercana, sin
amenazas. Porque alguien se preocupa por tu vacío” (Diarios 1954-1971, Ed.
Lumen)
Un tiempo antes, el 19 de
febrero, habla que dentro suyo se debate el suicidio, “adentro arrasan con todo
y me abren las puertas y me dejan al viendo. Nadie se asombra porque sólo hay
sombras. Pero debo escribir, permanecer sana, lúcida y escribir […]”
Escribe diariamente su
trayectoria y avances en la escritura, sus complejos, sus miedos de sí misma.
Se siente una extraña en su propio cuerpo.
17 de junio de 1962:
“Incomodidad con mi cuerpo. Lo terrible de ser bella en ciertas partes y
horrible en otras […]. Un cuerpo derecho y delgado pero sin escoliosis. La
desviación de mi columna es imperceptible pero yo la siento.
Si hablo tanto de mi cuerpo y si
tanto medito en él es porque no hay nada más. Me siento muerta, en el colmo del
objeto. Me miro al espejo. ¿Para qué? ¿Para quién? Tengo miedo y estoy muerta”.
Su poesía progresa, a pesar de
que dice que ella quisiera poder escribir una novela que lo considera “un
verdadero acto de creación”. La poesía no la escribe ella, la escribe su
cuerpo, la muerte irremediable de éste que vuelve a renacer en cada verso.
Aparecen nuevos libros suyos
pero la muerte vuelve a infiltrarse entre su trabajo y ella, aunque no creo que
realmente exista dicha separación en lo que concierne a Alejandra y lo que
escribe: son las dos caras de una misma moneda.
El 26 de agosto de 1965,
escribe: “Leí mi libro (refiriéndose a “Los trabajos y las noches”, 1965). La
muerte es demasiado real, si así puedo decir; no el problema de la muerte sino
la muerte como presencia. Cada poema ha sido escrito desde una total abolición
(o mejor dicho: desaparición) del mundo con sus ríos, con sus calles, con sus
gentes. Esto no significa que los poemas sean buenos” (Págs. 404-405).
Sin embargo, a pesar del
profundo dolor y el silencio interno que se auto impone, jamás dejó de tener
una vida social. Alejandra era exquisitamente buena hablando, muchos la
describen como un deleite para el buen oído entrenado, placiéndose de su
habilidad con el lenguaje.
Pero aquella infancia cercana e
inocua, comienza a diluirse con la presencia de la adultez, a quien parece
rehuir porque cree que aún no ha aprendido nada a sus treinta años. Expresa
terror por estar bien, como si pensara que no lo mereciera: “Terror de ser
castigada por cada minuto que no me acongojo” (15/4/1966).
¿Por qué aparece este terror?
Quizá porque nunca conoció otra forma de vivir que no sea sufriendo.
27/4/1966: “Muerte inacabable,
olvido del lenguaje y pérdida de las imágenes. Cómo me gustaría estar lejos de
la locura y la muerte […]. Apagaron la luz en mí –no del todo puesto que
sufro-. La muerte de mi padre hizo mal mi muerte […]. Me asfixio yo sola”.
Comienza una nueva etapa en su
vida, donde debe aceptar que ya es adulta, y apenada por la muerte de su padre
el 18 de enero. Sensación de soledad aguda, muerte que amenaza con salir de las
páginas y acabar con ella, la inocencia interrumpida que creía poder hacer ir y
venir, el comienzo de la imposibilidad de relacionarse con otras personas;
intenta creerse “sola y única en el mundo”, pero sin el peso del sufrir.
Fracasa en el intento.
30/4/1966: “Heme aquí llegada a
los treinta años y nada sé aún de la existencia. Lo infantil tiende a morir
pero no por ello entro en la adultez definitiva. Pero aceptar ser una mujer de
treinta años… Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me
serían ahorradas si aceptara la verdad”.
Continúa creciendo, difícilmente
aceptando esta adultez que le cuesta aceptar y parece haber aparecido de la
nada, como si aún fuera una niña a la que le arrebatan la elección de la
infancia; a sí mismo no acepta la creación de su poesía; se anula frente a las
palabras, frente al nacimiento de un deseo irreprimible que da a luz. Es la
madre de la poesía que adorna su vida, como una corona funeraria.
Va preparándose para el acto,
que hasta ahora solo ha sido un ensayo entre palabras y promesas perdidas
(Moriré, moriré), el retraso de lo irremediable.
Comienza a exigirse que no
alcanza con lo que escribe –con una insatisfacción y expectativas tan altas,
nada nunca será suficiente-. Se repite que debe ejercer un trabajo de seis a
siete horas diarias.
Al mismo tiempo, siente que
vivir a los treinta años con su madre, le bloquea la creación de la escritura.
Al respecto de ella, dice:
“¿Quiero a mi madre? No sé, antes de la muerte de mi padre la quería o me
fascinaba de algún modo. Creo que no quiero a nadie pues estoy enferma (enferma
porque nadie me quiso ni me quiere)” (Pag.415)
No logra aceptar el amor que
otros pueden brindarle, lo considera algo inconcebible. Como si el hecho de
llegar a ser amada fuera descabellado: amarla entera, con sus locuras y caderas
con curvas, con sus miedos y rechazos al crecimiento, con su asombrosa
capacidad para describir en el momento justo, exactamente qué y cómo se siente.
Aceptando que era una gran poetisa aunque ella se degradara.
En 1971, se publicó “La condesa
sangrienta” y Alejandra no puede “creer” que hasta Mujica Láinez lo haga
elogiado.
Teme que aquellos “contenidos
imaginarios tan fragmentados y divorciados de lo real, den a luz nada más que a
monstruos”. (24/5/1966)
Piensa que al escribir estos
diarios, agota gran energía que debería emplear en la creación y formación de
su escritura.
Leo estas palabras que escribió
y siento una gran impotencia; quisiera haber estado en ese mismo momento para
zarandearla y hacerla entrar en razón sobre lo increíble que escribe y cuánto
vale su persona. ¡Si hubiera estado allí para salvarla del infierno propio de
ser Alejandra Pizarnik!
¡Pero de eso mismo se trata! Sin
todos sus demonios internos, sin dejar el alma y sufrir al escribir y vivir, hoy
en día no sería la persona que haya escrito semejantes obras.
Salvándola, en el supuesto caso,
hubiese estado anulando su ser. ¿Influye en alguna diferencia que se haya
suicidado en el recorrido de su obra? Fue la misma muerte, el nacimiento de
ella, quien fue moldeando su escritura. ¿Salvándola por solo algunos años más,
la hubiese hecho más feliz y mejor escritora? ¿Esta prolongación de vida
hubiera continuado con la misma línea de creación poética hasta que el Destino
determinara su hora? No lo sé, solo creo en todo lo que logró y cómo se abrió
camino en la literatura, llevando sobre sus hombros el peso de su propia muerte, y afirmo que fue lo
suficientemente valiente para sobrevivir treinta y cuatro años de vida. Cuando
se padece un trastorno mental, vivir no resulta tarea fácil y la locura es un
diálogo cotidiano con vos mismo. El silencio sepulcral habla a través de
aquellos tristes y hermosos versos.
La tristeza y la locura tienen
un fin en sí mismos.
Alejandra comienza a emplear
poemas en prosa, un terreno al principio desconocido e inseguro pero que siente
la necesidad de crearlo.
Y ya la prisa (¿Por qué) se
figura en sus escritos.
El 8/6/1966, escribe: “¿Cuándo
comenzó la prisa? Rápido, haz memoria: ¿Cuándo comenzó esta urgencia por llegar
cuanto antes a ninguna parte o por no faltar a una cita con nadie?” (Pág. 419).
La presencia de su madre cree
que le opaca la seriedad de su trabajo; siente desesperación, “un desastre
total” porque sus poemas en prosa no corresponden a la autoexigencia que se
impone. Siente que pronto se acercará el final… los autores que lee (Como
Rimbaud y John Donne) la confunden; intenta analizarlos: quitarles sus
estructuras para volverlos a armar con sus propias palabras e interpretaciones.
Nuevamente, el sentimiento de fracaso.
Sábado 30 de julio de 1966: “[…]
No obstante, no acepto como finalizado a un poema en prosa hasta que no haya
pasado por la prueba de fuego de mi duro, lánguido y terrible “método”
inventado por mí misma para martirizarme. ¿Para qué diablos la perfección? Si
el precio es matar mi voz, mi urgencia, mi premura, si es sólo plasmar y
demorar hasta que cada frase es una lápida” (Pág. 421).
Ya en 1967, comienza a expresar
su descontento con su psicoanalista “P.R.”. Aunque afirma que lo quiere, sabe
que él no puede curarla ni salvarla del abismo.
En lo que escribió el 14/5, hay
muchas ideas interesantes para analizar. La lista de quejas es casi infinita:
No siente mejoría alguna, sino que ha empeorado “en el sentido de que se alteró
la angustia”, dice que al doctor no le importa sus posibilidades literarias y
que en lugar de alentarla, la hunde en la decepción de sus creaciones; que éste
alguna vez expuso su repulsión por la homosexualidad (“¿Sabe curarla? ¿Y por
qué no hace algo? Porque no puede aunque quisiera”. Pág. 425).
P.R. siente frustraciones en su
vida en las que, de algún modo, Alejandra se hace cargo, sumándolas a las
suyas; piensa que el doctor evita su próximo libro, y con pasión desenfrenada,
le responde en sus diarios: “Debo defenderme con todas mis fuerzas (ínfimas,
casi inexistentes) de este gran NO. Y voy a escribir día y noche. Contra él y
contra el mundo y todo lo que me es hostil y espera o exige mi suicidio”. (Pág.
426).
Época de desesperanza profunda;
caída irremediable, aferrándose a la única amiga argentina que adora y confía,
Silvina Ocampo. “S. estará en mis funerales”, escribe. ¿Pero por qué en plural?
¿Cuántos funerales se necesitan para velar una muerte? O mejor dicho, ¿A
cuántas muertes se referirá Alejandra, que acometerá?
Hace relativamente poco, salió
una carta que le escribe Alejandra a Silvina, donde se especula que entre ambas
existía “un amor oculto”.
Dicha carta es ésta:
CARTA DE ALEJANDRA
PIZARNIK A SILVINA OCAMPO:
31/1/1972 – Buenos Aires.
Ma très chère,Tristísimo día en que te telefoneé para no escuchar sino voces espúreas, indignas, originarias de criaturas que los hacedores de golems hacían frente a los espejos .Pero vos, mi amor, no me desmemories. Vos sabés cuánto y sobre todo sufro. Acaso las dos sepamos que te estoy buscando. Sea como fuere, aquí hay un bosque musical para dos niñas fieles: S. y A. Escribime, la muy querida. Necesito de la bella certidumbre de tu estar aquí, ici-bas pourtant [aquí abajo, sin embargo]. Yo traduzco sin ganas, mi asma es impresionante (para festejarme descubrí que a Martha le molesta el ruido de mi respiración de enferma) ¿Por qué, Silvina adorada, cualquier mierda respira bien y yo me quedo encerrada y soy Fedra y soy Ana Frank? El sábado, en Bécquar, corrí en moto y choqué. Me duele todo (no me dolería si me tocaras –y esto no es una frase zalamera). Como no quise alarmar a los de la casa, nada dije. Me eché al sol. Me desmayé pero por suerte nadie lo supo. Me gusta contarte estas gansadas porque sólo vos me las escuchás. ¿Y tu libro? El mío acaba de salir. Formato precioso. Te lo envío a Posadas 1650, quien, por ser amante de Quintana, se lo transmitirá entre ascogencia y escogencia.Te (les) envié aussi un cuaderniyo venezol-ano con un no sé qué de degutante [desagradable] (como dicen Ellos). Pero que te editen en 15 días (…) Mais oui, je suis une chienne dans le bois, je suis avide de jouir (mais jusqu’au péril extrême) [Pero sí, soy una perra en el bosque, ávida de gozar (pero hasta el peligro extremo)]. Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y, surtout tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero. Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré. Sylv., yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí (tan lozana!) me oprime. (…) Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemúnculos meos –cosa seria. Te beso como yo sé i a la rusa (con variantes francesas y de Córcega).O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras .Me someto. Siempre dije no para un día decir mejor sí. Ojo: esta carta tu peut t’en foutgre et me répondre à propos des [podés meterte esta carta en el culo y contestarme acerca de] hormigas culonas. Sylvette, tu es la seule, l’unique. Mais ça il faut le dire: Jamais tu ne rencontreras quelqu’un comme moi –Et tu le sais (tout) (Et maintenant je pleure. [Sylvette, sos la sola, sos la única. Pero es necesario decirlo: nunca encontrarás a nadie como yo. Y eso lo sabés (todo). Y ahora estoy llorando]
Ma très chère,Tristísimo día en que te telefoneé para no escuchar sino voces espúreas, indignas, originarias de criaturas que los hacedores de golems hacían frente a los espejos .Pero vos, mi amor, no me desmemories. Vos sabés cuánto y sobre todo sufro. Acaso las dos sepamos que te estoy buscando. Sea como fuere, aquí hay un bosque musical para dos niñas fieles: S. y A. Escribime, la muy querida. Necesito de la bella certidumbre de tu estar aquí, ici-bas pourtant [aquí abajo, sin embargo]. Yo traduzco sin ganas, mi asma es impresionante (para festejarme descubrí que a Martha le molesta el ruido de mi respiración de enferma) ¿Por qué, Silvina adorada, cualquier mierda respira bien y yo me quedo encerrada y soy Fedra y soy Ana Frank? El sábado, en Bécquar, corrí en moto y choqué. Me duele todo (no me dolería si me tocaras –y esto no es una frase zalamera). Como no quise alarmar a los de la casa, nada dije. Me eché al sol. Me desmayé pero por suerte nadie lo supo. Me gusta contarte estas gansadas porque sólo vos me las escuchás. ¿Y tu libro? El mío acaba de salir. Formato precioso. Te lo envío a Posadas 1650, quien, por ser amante de Quintana, se lo transmitirá entre ascogencia y escogencia.Te (les) envié aussi un cuaderniyo venezol-ano con un no sé qué de degutante [desagradable] (como dicen Ellos). Pero que te editen en 15 días (…) Mais oui, je suis une chienne dans le bois, je suis avide de jouir (mais jusqu’au péril extrême) [Pero sí, soy una perra en el bosque, ávida de gozar (pero hasta el peligro extremo)]. Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y, surtout tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero. Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo SIN FONDO. A él lo amo pero es distinto, vos sabés ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos, mon cher amour. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré. Sylv., yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí (tan lozana!) me oprime. (…) Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemúnculos meos –cosa seria. Te beso como yo sé i a la rusa (con variantes francesas y de Córcega).O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras .Me someto. Siempre dije no para un día decir mejor sí. Ojo: esta carta tu peut t’en foutgre et me répondre à propos des [podés meterte esta carta en el culo y contestarme acerca de] hormigas culonas. Sylvette, tu es la seule, l’unique. Mais ça il faut le dire: Jamais tu ne rencontreras quelqu’un comme moi –Et tu le sais (tout) (Et maintenant je pleure. [Sylvette, sos la sola, sos la única. Pero es necesario decirlo: nunca encontrarás a nadie como yo. Y eso lo sabés (todo). Y ahora estoy llorando]
Silvina, cúrame, ayudame, no es posible
ser tamaña supliciada.
Silvina, cúrame, no hagas que tenga que
morir ya.
Nunca
sabremos supongo qué sucedió en realidad entre estas dos grandes amigas,
quedará en la incertidumbre y en la interpretación de cada uno.
En 1967, Alejandra, como expresa
en sus diarios, se hace más consciente de su condición de judía, de los
antepasados que la marcaron.
25/9/1967: “Soy judía y no dejo
de estar contenta –contenta a muerte y con muerte-. Es un destino peculiar.
Pero en mi caso hay una desmesura intolerable: poeta más judía más vocación de
víctima más infancia infernal […] (Pág. 433)
Se dice a sí misma que es judía,
no argentina. Con esto, intenta desentenderse de un “país de mierda”, como ella
mismo lo llama.
De este modo, tendrá una excusa
para sentirse excluida, que no pertenece a ningún rincón de este país, la dificultad
de sociabilización que se le va presentando.
En las últimas páginas, se va
traspasando a una atmósfera de decadencia de la que no quiere ni puede volver
atrás. “Ayúdame a no pedir ayuda” Con esta simple pero intensa frase, se abraza
a la derrota: El Infierno ha ganado y solo le quedará cometer el acto que la
conducirá al fin de todo su temprano dolor, al rechazo consigo misma y hacia
los demás, con el sentirse extranjera en su propio cuerpo, con las exigencias
de cómo y cuánto debería escribir.
Su ambición y prisa por acabar
todo de una vez, huir, ser presa del encierro y la soledad, correr al encuentro
con el único que la acogió y le fue fiel: el pensamiento y la proyección de la
muerte.
A estas alturas, Pizarnik no
sentía que tenía muchas chances de elegir, parecía que todo el trayecto de sus
obras, la habían dirigido a este final trágico.
Sin embargo, cuando la leo, en
estas últimas entradas del diario, no siento la tragedia y la desesperación en
sus palabras por tener que morir. La pequeña ya no está más asustada, las
sombras preparan el lecho del eterno descanso.
Logra separarse de su madre y se
muda sola, donde dice sentirse en paz para poder escribir. Escribe con y contra
la muerte; luego cree que debe desecharlos.
8/10/1968: “Ignoro mi destino
literario actual pero creo que se trata de voces solitarias o en diálogos. Por
lo pronto, estoy destruyendo casi todos mis escritos y casi siempre de una
página queda un renglón” (Pág. 461).
¿Qué habrá quedado rescatado en
aquel renglón? ¿Qué puede decir sobre su dueña, que haya necesitado borrar la
existencia de su vida en sus escritos?
Últimas palabras, en sus
diarios. El triste final de una estrella, que no supo cómo iluminar su propio
mundo entero.
9/10/1971
“Las palabras son más terribles
de lo que sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana.
En cuanto al escribir, sé que
escribo bien y eso es todo. Pero no me sirve para que me quieran” (Pág. 502)
De nuevo, el tema de ser amada.
No le basta apreciar su escritura; acepta, como a regañadientes, que escribe
bien pero… ¿Y el amor? ¿Dónde está? Me pregunto, más claramente, dónde se halla
el amor propio. Quizá para ser amada primero debamos empezar por amarnos a
nosotros mismos.
Noviembre de 1971:
“Escribir es darle sentido al
sufrimiento.
He sufrido tanto que ya me
expulsaron del otro mundo.
Escribir es querer darle algún
sentido a nuestro sufrimiento”. (Pág.503)
El 25 de septiembre de 1972, a
sus treinta y cuatro años, luego de varios intentos de suicidio, tomó cincuenta
pastillas de Seconal y sus ojos se cierran para contemplar la oscuridad, por
última vez. Adiós, mi querida Alejandra, descansa en los brazos de la gloria
que tanto te mereces. Es hora de conocer un Cielo para tu sufrimiento donde
éste carezca de significado, y puedas reposar. ¿Volverás a encantarnos con tus
palabras desde donde sea que estés? No lo sé, pero aún vives en cada partícula
de mi ser.
Por fin, “tu soledad tiene
alas”*.
Entiendo en extremo cuando dice
que “escribir es querer darle algún significado a nuestro sufrimiento”, porque
paradójicamente, comencé escribiendo este ensayo por el dolor que me superaba y
necesitaba transformarlo en palabras, para que éstas me dieran un sentido de
vida: Escribir contra la muerte, resistirse, activamente, para no dejarse
engañar por aquella aniquilación de todo: tanto lo bueno como lo malo.
Pizarnik comprendió muy bien
esta aniquilación total pero quizá lo que le faltó fue poder hacer hincapié en
sus cosas extraordinarias, opacadas por el sufrimiento.
¿Me seguirás amando, aún en la
locura y en la incoherencia de estas frases deshechas? Pues yo sí te sigo
amando.
* La carencia: “Yo no sé de
pájaros,
No conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas”. (Las aventuras
perdidas, 1958)
Bibliografía
. Centro Virtual Cervantes –
Alejandra Pizarnik, obra literaria.
. Diarios, a cargo de Ana
Becciu, Ed.Lumen, 2003, Ana Becciu, por el prólogo, la edición y las notas.
. Alejandra Pizarnik: Poesía
completa, a cargo de Ana Becciu. Ed. Lumen, séptima edición en la Argentina:
septiembre del 2008.
. Carta a Silvina Ocampo:
“Correspondencia Pizarnik de Ivvonne Bordelois”, Ed. Seix Barral 1998.
. Cartas de Alejandra Pizarnik a
León Ostrov, una edición de Andrea Ostrov, Ed. Eduvim, Edición 2012.
LOS DERECHOS ESTÁN RESERVADOS. SI VAN UTILIZAR ESTE MATERIAL, DEBERÁN NOMBRARME.
Muy bueno, llegué aca de casualidad. No sabía nada de Pizarnik
ResponderEliminarMe encanta esta autora. Y conozco varias cosas de ella. Me parece una gran poeta, lastima que muriera tan joven.
ResponderEliminarBesos.